lunes, noviembre 18, 2013

Los optimistas

Odio a los optimistas. Los odio. Me cagan todos los días. Religiosamente.
No es el hecho que sean felices. Tampoco me desvela dilucidar las razones o la autenticidad de su felicidad espontanea autopropinada. Si desean ir sonriendole al sol a los saltitos cual TeleTubbie, adelante ¿quién soy yo para juzgar que es motivo legitimo de alegría y que no lo es?. No, mi tema no es el hecho que sean alegres o que encuentren felicidad en un día soleado, la foto de un paisaje o una bolsa de supermercado atrapada en el viento.
La razón por la cual me pongo en la vereda de enfrente a los fundamentalistas de la buena onda es su función proselitista. Los optimistas sienten que su dicha por sentir jubilo por las cosas mas mínimas, como el sencillo hecho de despertar cada mañana, es un privilegio que deben honrar haciendo su máximo esfuerzo en tratar de que la mayor cantidad de personas puedan disfrutar con ellos de aquellos pequeños milagritos de los que esta hecha la vida.
Los optimistas se encuentran en posición de poder hacer esta "transferencia de alegría" porque tienen la convicción de haber corrido un velo de amargura, producto de los tiempos que vivimos, y descubierto la dicha escondida en las cosas habituales. Eso es lo que ellos pudieron y nosotros no. Por eso nos sentimos perturbados por despertarnos tarde, fastidiados por la lluvia o frustrados con los profesores de la facu. Afortunadamente contamos con los optimistas, que tienen la visión para ver mas allá de las infundadas razones de nuestros infortunios y la convicción para acompañarnos en un camino a la felicidad que no podríamos transitar por cuenta propia.
Esta desafortunada idea los hace sentir en una situación de asimetría que muy pocos saben manejar adecuadamente. Es por eso que cuando creen que nos bajan buenas vibras desde ese pedestal hecho de corazones, amaneceres y bebes sonriendo generalmente solo logran darme ganas de que los pise un semi... con acoplado... doble... transportando yunques. Es una torpeza propia de quienes intentan legitimar una posición desigual haciendo creer a quien se encuentra en la parte menos afortunada de la relación que el intercambio le favorece. Ellos esperan un reconocimiento por la alegría que creen haber difundido pero lo disimulan vistiendo un manto de desinteresadas intenciones. En el fondo, los optimistas desean ser reconocidos como tales para poder legítimamente bajar porciones de alegría homogeneizada.
Sin embargo los optimistas fallan en reconocer que cada uno de nosotros tiene la máxima autoridad en lo que respecta a como sentirse respecto de nuestras propias vidas. Podemos discutir aspectos de la experiencia compartida por la cualidad intersubjetiva de la misma pero lo que no pueden hacer los optimistas es entender mejor que yo mi propia vida para creer que una sarta de frases de buena fortuna van a cambiar la manera en la que enfrento mis desavenencias. Esa distorsión responde a la posición en la que los optimistas se colocan así mismos por las razones antepuestas.
Es por ello, estimado lector, que compré esta pistola 9mm para que la próxima vez que un optimista venga a irradiarme felicidad tenga la oportunidad de hacer de mí una mejor persona mostrándome el lado positivo de tener un corchazo en la rodilla.

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